viernes, 8 de enero de 2010

Canchero en inglés


Me han ofrecido comprar un departamento cuyo edificio cuenta con rest room, health club y piscina in-out, en lugar de cuarto de huéspedes, gimnasio y pileta cubierta-descubierta; que es igual, pero no es lo mismo.
Me han invitado a un fitness center para practicar indoor cycling, o, dicho de otro modo, pedalear un rato en la conocida bicicleta fija, que es lo mismo, pero hace a la diferencia.
He asistido a una party muy fashion (de la que me enteré por los flyers que se repartieron por toda la city), estuve en el sector Very Important Person, donde había muchas celebrities y top models tomando energy drinks y todo era cool.
Me han dicho en la office que organicemos un planning con mucho brainstorming y que después de un break, coffee incluido, presentemos un brief; es decir, que nos reunamos para tirar ideas y elevemos un informe. Que es idéntico, pero así es otra cosa.
He ido de compras a un outlet de Palermo que tiene un gran showroom; en época de sale (cincuenta por ciento off si se paga cash), para lookearme un poco, pero solamente había en stock talles small y todo me hacía parecer una drag queen. (Caí en la cuenta de que tengo que empezar urgente a hacer gym). Lo único que pude comprarme fue un pin. Eso sí: un pin con la bandera argentina.
He pagado por un deck el doble de lo que me cobraban por una plataforma de madera; por un playroom, mucho más de lo que me hubiera salido una sala de juegos; que es equivalente, pero incomparable.
Me he enterado de que el desayuno americano está totalmente out, ahora lo más in es, sin dudas, el brunch.
Pero me he lamentado, a la hora de redactar el aviso clasificado de alquiler de mi casa, de no encontrar una forma decente de anunciar que cuenta con un quincho con parrilla. (¿Cómo es posible que a nadie se le haya ocurrido todavía desargentizar un poco tal expresión?)
Me pregunto por qué insistimos en querer aparentar lo que no somos. Mientras tanto, lo que podríamos ser sigue postergándose.
¿Cuántos argentinos se estarán preparando para aprovechar la oportunidad de trabajo genuino que brinda el hecho de que cien millones de brasileños deberán aprender nuestra lengua en un futuro inmediato? ¿Dejaremos pasar esta oportunidad, más preocupados por defender el idioma de supuestos enemigos (los siempre señalados como culpables por deformar el idioma: los adolescentes que reinventan la lengua a su gusto, las clases marginales que no respetan las reglas gramaticales) que por hacer escuchar nuestras voces auténticas?
Algún día, si logramos dejar de cubrir nuestro verdadero rostro con make-up y decidimos dejar de aturdirnos con ringtones, quizá no habrá más falta disimular.
La expresión “quincho con parrilla” será atractiva, tendrá más prestigio decir “perdón” que decir sorry, “por favor” que please, y podremos deshacernos de la adicción al OK.
Entonces sí, amaremos saber inglés para leer a Edgar Allan Poe, a Shakespeare, a Hemingway y a tantos otros que tan bien escriben.

Mex Urtizberea, Malas Palabras, Editorial Sudamericana, 2006.